“Veo bandas rapaces, movidas de codicia – la más vil de las pasiones – enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar su substancia, pavonearse insolentemente en cínicas ostentaciones, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día.
Veo más. Veo un pueblo indolente y dormido que abdica sus derechos, olvida sus tradiciones, sus deberes, y su porvenir, lo que debe a la honra de sus progenitores y al bien de la prosperidad, a su estirpe, a su familia, a sí mismos y a Dios, y se atropella en las Bolsas, pulula en los teatros, bulle en los paseos, en los regocijos y en los juegos, pero ha olvidado la senda del bien, y va a todas partes menos a donde van los pueblos animosos, con instituciones que amenazan desmoronarse carcomidas por la corrupción y los vicios. La concupiscencia arriba y la concupiscencia abajo.
¡Eso es la decadencia! ¡Eso es la muerte de un país!”